
Tribuna libre
Viernes de Mayo
El repicar solemne de las campanas, los disparos de bombas, chupinazos y cohetes, los bullangueros pasacalles de la música que acompañaba a los gigantes y cabezudos en un paseo por las calles de la ciudad haciendo las delicias de los chicos y grandes, anunciaban que el siguiente día, viernes, era gran fiesta., fiesta de júbilo, fiesta de la ciudad que conmemora su más grande fecha histórica; la de un supremo esfuerzo por su independencia y la de España entera.
Viernes. Siempre un viernes espléndido, como corresponde al mes en que se conmemora. Desde la mañana, ya muy temprano, la ciudad continuaba las fiestas que el víspera comenzaron, y en extraña mezcla, se oían los acordes de las músicas y el estruendo de los disparos de trabuco, escopeta, pistolín y cachorrillo. La ciudad entera se volcaba en las calles y saliendo por el portal de Baños, llegaba hasta la Victoria en marcha que recuerda aquella, que siguiendo el mismo camino, hicieron nuestros antepasados en el primer viernes de mayo de un año del siglo VIII. No hay lucha como entonces; solamente se hacían algunas descargas, como si fueran de honor,; se celebraban unos oficios divinos y la ciudad había cumplido con el voto que a la Virgen hizo hace casi quince siglos. Y volvían todos a la ciudad trayendo sobre cuatro astas, sendas cabezas de reyezuelos moros símbolo de la victoria obtenida sobre ellos. Entraban en procesión por la puerta de San Francisco, yendo al frente de ella un personaje extraño por su indumento, pero grande por su simbolismo; es el conde don Aznar, el montañés recio y tenaz que poco a poco infiltró en sus conciudadanos la idea de liberarse del yugo sarraceno y que les ha servido de jefe en la contienda. Formaban parte de la comitiva la bandera de la Ciudad y las de los gremios. Avanzaban por la calle Mayor hasta el Ayuntamiento en cuya puerta, el concejal Síndico, revestido de histórica gramalla, toma en sus manos la bandera de la ciudad y cambia honores y saludos con las de los gremios, en medio de aplausos y algazaras. Proseguía su marcha la comitiva por las calles de la ciudad a los acordes de las músicas y los estruendos de los disparos, llegando hasta la Lonja pequeña de la Catedral, donde se repetía la escena del Ayuntamiento y entre el repiqueteo de las campanas, los aires marciales de la música y el estruendo de una descarga cerrada de todos los escopeteros, terminaban la fiesta, oficialmente. Volvían las banderas a sus domicilios y ondeaban durante el resto del día, la de la ciudad en la fachada del Ayuntamiento adornada con tapices; las de los que constituyeron en un tiempo, gremios, en sus centros recreativos, poniendo una nota típica los labradores, llamados mozos de la bandera, vestidos con trajes regionales y los artesanos, con sus pañuelos de seda atados al cuello y su bandera roja, mientras la de aquellos es blanca. La tarde es dedicada a bailes populares y en los casinos celebran fiestas de sociedad que preceptúan sus reglamentos.
Así casi once siglos. En el transcurso de ellos, todos los años, el Concejo procuraba dar mayor esplendor a la fiesta y no era obstáculo a su celebración ni la peste que alguna vez invadió la ciudad, ni las guerras que los jacetanos tuvieron que sostener con sus vecinos. En esta fiesta, decían los jurados del siglo XVII, el más grande y preciado galardón qe la Ciudad tenía y para solemnizarlo, un año hacen una nueva bandra; otro, compran una bombarda; ahora organizan fuegos de artificios, o bien corridas de toros; todo, todo lo que contribuyera a honrar la fiesta como era debido y llegan en su afán de darle esplendor a comprar a un soldado que había servido en Flandes sus armas y uniforme, con el fin de equipar y darle mayor aspecto posible de guerrero al conde don Aznar…
Y llega un momento en que para poner a tono la fiesta con el tiempo, se la reduce a una jira campestre y este año, , por segunda vez, deja de celebrarse. Viernes de Mayo, no necesita modificación para estar a tono con cualquier época. Viernes de Mayo es la celebración de la fiesta de la libertad que es una y siempre igual a través de los siglos y de las edades. Viernes de Mayo representa en la historia de España y aún del mundo, la celebración del hecho por el que se salva la civilización europea. Jaca, como Covadonga, al levantarse contra el poder musulmán, presta a la Humanidad uno de esos grandes sacrificios que solo el pueblo español sabe hacer y que la Humanidad no quiere reconocer. Por la detención de la invasión árabe, España libra a Europa de su dominación y hace que la cultura cristiana siga su marcha, impidiendo que el fanatismo musulmán se extienda y mantenga a los pueblos en el estado atrasado en que hoy se encuentran los países habitados por esa raza.
Jaca, no puede dejar, mejor dicho, no puede hacer desaparecer esa fiesta que es su fiesta genuina y gloriosa, porque cristaliza las virtudes de los pueblos montañeses. De las veces que la montaña altoaragonesa se ha levantado en defensa de la Libertad, oprimida unas veces, mancillada otras, ninguna tan trascendental, ni tan autóctona como la que se celebra en el primer viernes de mayo. L rebelión del siglo VIII contra el poder que subyuga a los españoles, nace en estas montañas; es un hijo de ellas el que siente en su pecho el santo fuego de la Libertad y él, por sí sólo, hace que un día jóvenes y viejos, mujeres y hombres, pobres y ricos, se lancen a la reconquista de su suelo patrio sin desmayos, ni sobresalto. Dá desde aquí el grito de ¡Libertad! Y toda España lo contesta unánime, porque toda ella sentía el mismo deseo, sin atreverse a exteriorizarlo. Los jaqueses posteriores a aquel suceso que trasmitieron de generación en generación su memoria sagrada, supieron comprender la grandeza de aquel acto rebelde, aunque quizá ninguno pudo apreciar la trascendencia que tenía. Hoy nosotros, si analizamos los efectos que produjo, fácilmente podemos darnos cuenta de su importancia y del respeto y de veneración que hacia esa fecha debemos sentir.
Reducida a una jira campestre, es condenarla a morir irremediablemente. Jaca por su situación, por la ocupación habitual de sus moradores, no es Ciudad que sienta la necesidad de salir al campo en determinada fecha, ya que todos los días está en pleno contacto con él. Si la ley fundamental del Estado ordena la laiciación de todos los actos de la vida pública, no por eso debe matar nuestra fiesta, ya que, aparte del carácter religioso, tiene otro marcadamente civil. Jaca, y menos en una época como esta, no puede deshacer una obra que ha vivido en su seno tantos siglos. Debe considerar que la tradición ”es, como dice Costa, un factor esencial de todo presente, y destruir la tradición es suprimir el áncora que modera los impulsos motores en la máquina universal o dar alas a la reacción”. El se quejaba de que el pueblo español no sabe conservar sus tradiciones y abogaba por restaurarlas. En manos de los jaqueses está continuar su tradición gloriosa o perderla. Antes de decidirse por su pérdida que piensen en el mañana, así como también en el juicio que nuestra generación formarán las venideras. Si se quiere modificar la celebración de esta fiesta, no se olvide que es lo mismo que destruirla, y mejor que eso, es perpetuarla en piedra, lo que demostrará que no queriendo celebrarla, se la quiso conservar.
F. Ara